lunes, 30 de septiembre de 2013

Querubín ya tiene 16

Si, ya dieciséis. Cuando comencé este blog sólo tenía trece y le habían salido sus primeros pelos en las axilas, ahora es un gigante peludo que calza un 45 y se acerca al 1,80 de altura.
 
Querubín continua por lo demás tal cual, no ha cambiado sustancialmente. Su posición favorita sigue siendo tumbado en el sofá (yo creo que por eso está creciendo tan rápido) o en la cama, su actividad preferida es, por supuesto comer, seguida muy, muy de cerca por tener entre manos algún aparato tecnológico.
 
La única diferencia notable en la familia es Querubincito. Ha cumplido 12 años y ha entrado de cabeza y sin freno en la ¿pre-adolescencia? ¿adolescencia?
 
Como os habéis podido dar cuenta, la insistencia de Querubín para que dejará de escribir sobre él, me ha coartado en los últimos tiempos y ha hecho que dejase abandonado el blog. No sería justo para mi cielito no escribir nada sobre su hermano y así empatarles a nivel internaútico. Fin de la era Querubín, comienzo de la era Querubincito.
 
Querubincito es largo, muy largo. Sus piernas acaban más o menos en el lugar en el que estarían en un niño normal los sobacos y sus brazos son enormes extensiones que finalizan en largos dedos que podrían ser de pianista (si mi angelito tuviese un mínimo sentido musical del que desgraciadamente carece). Esto le causa algunos problemillas y a los que estamos a su alrededor graves problemas, por ejemplo: nuestro pequeño oye que nos hemos despertado y viene a nuestra cama. Se lanza en plancha entre su padre y yo. Comienza a pelearse con su padre (esto de que todos los hombres jueguen a pelearse , ¿Será genético? ¿Será una involución a la época del Cromagnon? ¿Qué será, será?) y al girarse no controla su largo brazo y me da un puñetazo en el ojo. Yo me quejo y amenazo con pasar de ellos y bajar a desayunar, pero mi querubincito se gira para mimarme y convencerme de que me quede y me lanza un codazo en toda la teta. Me levanto y me voy, él se levanta tras de mi implorando perdón y me pisa con su 43 de pie gigante. Lo siento, soy un pato, dice. Venga cariño, quédate jugando a peleas con tu padre, digo yo, y me voy.
 
Una voz de ultratumba sale del cuarto de Querubín -al que suponíamos dormido-: "Ves, amatxucita, yo soy mucho mejor que él"