Ya sé que estamos casi a finales de enero, pero he necesitado estos quince días tras el 6 de enero para recuperarme de mis vacaciones de navidad y estar lo suficientemente preparada para contárselas.
La navidad es esa época del año que más sobrevalorada esta. Todo el mundo espera las vacaciones navideñas envueltas en un halo de ilusión, nieve, regalos, espumillón y reyes magos y luego, año tras año (es que no aprendemos) nos encontramos con que en Bilbao no nieva nunca por navidad, las tiendas están llenas el día en el que quieres ir a comprar regalos (y que coincide con las tardes del 4 y 5 de enero), no sabes que comprar y el espumillón pierde esos irritantes flecos de colores por tu salón.
Si a todo esto le añades un adolescente en casa, las fiestas aún se complican más. Primero por que ha decidido que son vacaciones y que entonces se levanta cuando le de la gana (más o menos al mediodía), y eso es algo que una vez que te toca ejercer de madre o padre, te cuesta permitir. A veces piensas: " ¡¡Que narices!!, si donde mejor está es en la cama, calladito, con carita de buena persona, suave, aún sin roncar", pero luego sale esa maldita voz interior heredada genéticamente de padres, madres, abuelos y abuelas que dice: "Tiene que levantarse, sino se convertirá en un perezoso, no llegará a ser nada en la vida, no estudiará, no será capaz de trabajar como es debido" y aunque no estés totalmente de acuerdo con esa voz, aunque en tu interior sepas que dormir no es malo (hasta que a partir de los cuarenta te comienza a doler la espalda si duermes mucho), acabas despertando a Querubín (tal vez se unan a la voz interior las ganas de venganza).
A partir de ese momento se inicia una discusión que se aplaza en el momento en el que Querubín marcha con sus amigos y termina cuando se va a la cama. ¿Qué discusión se preguntarán Ustedes? ¿Por qué?. Es fácil, por todo.
Comienza cuando le mandas abrir la ventana de su cuarto, continua cuando le dices que primero se desayuna y luego puede ir a la tele (luego ya se la prohibirás, pero primero el desayuno), luego le mandas recoger sus restos del desayuno, se va de la cocina y le mandas volver para que meta su taza y cucharita en el lavavajillas (esto comienza una nueva pelea en la que él argumenta que si tu estás al lado del lavavajillas, porque no lo haces tu que es más rápido (Aquí tu sentido común dice, pues si, meto yo la tacita de las narices y no hay pelea, pero tu código genético educativo piensa que no, que él tiene que aprender a meter su taza y sino acabará viniendo super nanny a casa). Este es el momento en que Querubín se sienta en el sofá y entonces miras un poquito, de refilón, su cuarto y ves que Atila dejaba mucho mejor sus campos de batalla tras el combate. Vuelta a la pelea hasta conseguir que quede despejado al menos el suelo. Querubín vuelve a la posición vacacional del sofá.
Yo me pongo a cocinar (que es lo que tienen estas fiestas, o estas comiendo o estas discutiendo con el adolescente) y me doy cuenta que no tengo suficiente harina. Tengo dos opciones:
1. Dejar lo que estoy haciendo, ducharme, vestirme y bajar a por la harina.
2. Decirle a Querubín que baje.
En un ataque de enajenación mental opto por la segunda opción y comienza de nuevo el follón: ¿Por que yo?, pregunta inquieto, por que necesito la harina, no hay nadie más en casa y yo tendría que dejar de cocinar y vestirme para bajar. Me lanza una mirada de odio y, sorprendentemente, se va a su cuarto, se viste y va a por la harina.
Pensarán Ustedes: "en el fondo es una preciosidad de niño y hasta obediente", pero eso es por que no han visto como ha dejado su cuarto, de nuevo, para ponerse un vaquero, una camiseta y una chamarra y como ha dejado el mio tras la sencilla tarea de coger dinero de mi bolso.
Al cabo de un rato vuelve con la harina y un paquete de patatas que ha decidido cobrarse como impuesto de compra matinal. Me callo y continuo cocinando.
Aún no hemos llegado al primer mediodía de mis vacaciones de navidad y ya no puedo más, necesito urgentemente un balneario. Les seguiré contando.