Creo que ya les he contado en más de una ocasión la peculiar "relación" entre Querubín y su hermano pequeño: No le aguanta (así, sin más, sin matices).
Yo, madre abnegada y preocupada por los continuos enfados y peleas fraternas que se dan en mi hogar, lo comenté con una amiga. Ella, mu´psicologa, me dijo que probase a hablar del tema con Querubín y que tal vez fuese una cuestión de que llegase a perdonar a su hermano por existir (¡¡manda narices!!). Como también les he dicho en otras ocasiones, yo también soy mu´psicologa (como mi amiga) y decidí que una tarde cualquiera al quedarme a solas con mi niño iba a comenzar el interrogatorio.
Dicho y hecho, agarre a Querubín, le senté en el sofá (impidiéndole la salida para que no escapase al sacar el tema de Querubincito) y comencé a preguntar. Mi niño (que es un sabio) enseguida se dio cuenta por donde iban los tiros y debió pensar que o cortaba aquello de raíz o íbamos a estar media tarde en el sofá, con lo cual me plantó:
"Que quieres que te diga, que no quiero a mi hermano, pues no. Por ejemplo, si él se quisiera suicidar y se tira por una ventana, yo lloraría. ¡¡Entonces le quiero, no!!.".
La verdad, me hubiese gustado que mi amiga estuviese allí, pero como no estaba, acaricié a Querubín como se hace con los perritos y puse la tele, ¿me comprenden, verdad?.
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