viernes, 19 de octubre de 2012

Mi casa

Durante la semana trabajamos fuera de casa (me refiero a mi media naranja y a mi), Querubín y Querubincito van al cole, pero trabajar, trabajar... y luego estamos metidos en trescienta cincuenta mil historias (sobre todo yo). Estas mogollón de historias, implican tropecientas reuniones y miles de encuentros, jornadas, acciones de calle, etc..., lo que hace que pase poco tiempo en mi humilde morada y el que paso lo dedico a que mis queridos infantes estudien y no maten el tiempo.
 
Como conclusión a todo esto, les podría comentar que mi casa, entre semana, es una autentica pocilga en la que la ropa se va acumulando en perchas, percheros (en el caso de las dos personas de más edad) y en el suelo en los cuartos de mis angelitos. Los baños sufren, por las mañanas -no todas, solo las que me despierto menos dormida, la limpieza más rápida de la historia : mientras me lavo los dientes con una mano, limpio la taza del baño con una toallita humeda (ese invento maravilloso y poco alabado) con la otra mano, recogo las toallas con un pie y con el otro voy aprovechando a barrer el suelo.
 
Al llegar al mediodia recojo los restos del desayuno y a la vez voy poniendo la mesa para la comida, mientras aparto la ropa que mi señor esposo ha dejado en las sillas de la cocina tras descolgarla a todo correr por la mañana tempranito (el proceso de lavar la ropa en nuestro hogar es siempre inagotable, ya que Querubín usa uniforme para el cole, ropa de deporte para gimnasia, otra ropa de deporte para baloncesto y al cambiarse...¡¡¡como va él a ponerse de nuevo el uniforme!!!, se pone otra ropita, ¡¡Cielo mio, no iba a hablar más de ti, pero se me ha escapado!!).
 
Muchos días salgo de trabajar a las dos y sé que a las dos y veinte van a llegar Querubín y su padre a comer. Voy a todo correr pensando que aún tengo que pasar por el super y comprar algo de comida rápida (ya que el día anterior no preparé nada), cojo a toda leche un par de botes de verdura ya cocida y una bandeja de lomo y subo a casa sin aire. Al entrar veo la lucecilla de la olla eléctrica que me indica que mi esfuerzo ha sido en balde y mi media naranja había puesto unas lentejas. Falta mucha comunicación en nuestra pareja.
 
Así que los sábados son ese maravilloso día en el que trapo en mano y escoba en ristre, me convierto en cenicienta mientras los niños, acompañados por su progenitor, se dedican a escribir gloriosas páginas en la historia del baloncesto escolar (siguiendo el ejemplo de su padre en el campo del balonmano). La casa parece otra tras tres o cuatro horas de limpieza a fondo y la nevera asemeja un oasis tras la pertinente visita al super.
 
Mis Querubines tienen todo un día por delante para volver a convertir una casa tipo hospital en un hogar-pocilga en el que se encuentran a sus anchas.
 
Por cierto, los viernes a la tarde-noche, no aceptamos visitas. Los sábados a la tarde SI.

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