El viernes nos fuimos Querubín y yo al Corte Ingles a gastar el premio que le dieron en la gala que ya les relate. El regalo consistía en 500 euros para gastar en dichos grandes almacenes y mi ángel no podía con las ganas de comenzar a dilapidar la tarjetita.
Al llegar allí y empezar a subir las escaleras mecánicas me dijo que lo primero de todo él quería ir a la sección de videjuegos, y cual madre abnegada, allí fuimos.
Empezó a mirar, remirar, comparar, fijarse en los precios (hasta ahora lo normal era que escogiese el más caro y me dijese: "por favor, por favor, compramelo" y ante mi negativa comenzase a enseñarme alguno más barato para ver si yo acababa cayendo), para al final coger el que estaba de oferta, pagarlo y tras ver lo que le quedaba de saldo (con cada compra le dan un ticket indicándoselo), salir ofendido por lo caro que está todo.
De allí pasamos a los juguetes. Querubín parecía un amo de casa ante la pescaderia:
-"Que caro está todo", decía
-"!!Como pueden costar tanto los coches teledirigidos¡¡, ¡Es un robo!!".
Mi ulcera me miraba y se reía (yo también).
La escena era cuanto menos pintoresca para quién estuviese mirando. Querubín quejandose del precio de los juguetes y yo diciéndole: "Chico, si te gusta mucho compratelo".
Salimos de la sección de jugueteria con la tarjeta sin usar y nos metimos en la cafetería. Yo le había dicho que me tenía que invitar a merendar y él me dijo que por supuesto, pero al traernos la carta de meriendas y ver los precios, un color se le iba y otro se le venia. Compadecida (realmente los precios eran lo más espectacular de la merienda), decidí pedir sólo un café. Querubín, al que el estómago le tira mucho, se decidió por un gofre con chocolate.
-" De beber que quieres", le pregunté.
- Me miro con los ojos saliéndose de las órbitas y me dijo: "Un vaso de agua y que sea del grifo".
Tras pagar y recibir el consiguiente ticket con lo que le quedaba de dinero en la tarjeta, nos fuimos a la sección de jóvenes. Allí nos dirigimos a la ropa de marca y tras mirar las etiquetas Querubín, totalmente transformado, me miró y me dijo: "Amatxu, creo que me he vuelto avaro". Tras esa frase, mi ulcera y yo nos partimos de risa y decidirnos acabar la tarde de compras.
Mientras íbamos para casa comentabamos los horarios de entrada en casa y como tratar a los hijos. Por supuesto no compartiamos la misma opinión sobre el tema, y yo le dije esa bonita frase de:
-"ya me contarás cuando tengas hijos".
Él se giró, me miró a los ojos y me dijo:
-"Entonces, amatxu, me volveré avaro".
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