A mi ulcera y a mi nos gusta preparar postres y nos salen estupendos (normalmente, de mis 25 primeros intentos con el roscón de reyes ya les hablaré en otro momento), así que dominadas por un anhelo por lo dulce (que a ninguna de las dos nos conviene), decidimos hacer arroz con leche.
Quedo estupendo. Había comprado en los chinos un bol de barro blanco cuadrado en el que eché aquel postre cremoso. Mi ulcera se encargó de espolvorear con canela y no le sacamos foto por que no quisimos, pero se la merecía.
En esto llegaron a la cocina Querubín y Querubincito. Imaginense la escena, entran como caballos sin domar con sus camisetas blancas del uniforme llenas de manchas de origen desconocido y ven aquel bol de arroz con leche aún humeante. Proceden a abrir el armario y sacan dos vasos (de los de nocilla, que en casa son los que usamos a diario -glamour ante todo-) y una cuchara y se ponen los dos cabeza contra cabeza a servirse el arroz con leche entre gritos de alegria.
Hasta aquí bien. Mi ulcera y yo mirabamos la escena regocijandonos al pensar en el momento en el que iban a probar el postre y quemarse la lengua -a veces tenemos estos arrebatos crueles-, pero no llegó ese instante, ya que antes comenzó la discusión.
Querubín: "Tú te has echado más"
Querubincito: "Pero tú has comido directamente del bol"
Querubín: "No es verdad" -relamiendose los morros manchados de arroz con leche-
Querubincito: -Comiendo a todo correr el postre de su vaso- "mira, yo tengo menos".
En ese momento nos dimos cuenta que aquello amenazaba con llegar a las manos y mi ulcera intervino separando a los tiernos hermanitos. Yo que soy más brusca y con menos paciencia les hice marcharse castigados sin comer una sóla gota más de aquel arroz con leche.
Yo por convicción y mi ulcera por devoción tampoco podíamos probar de aquella dulce crema, con lo cual mi media naranja ha procedido por obligación a terminarse el solito todo el bol. Contento está, ahora, lleva una semana sin necesidad de ir al baño.
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