No me extrañaría que pensasen que cuando mi querubín se marcha de casa (acampada, excursión o similar), yo brincó de alegría, pero no, nada más alejado de la realidad.
Este curso querubín y querubincito tuvieron sendas salidas con el colegio. Querubín fue a Francia y querubincito a Zarautz. Hasta aquí todo normal, lo extraordinario fue que coincidieron en los mismos días las dos excursiones.
Lo lógico, pensarán ustedes (y con razón) hubiese sido verme dando saltos de felicidad por las calles de mi ciudad ante la perspectiva de quedarnos solos durante tres días mi media naranja y yo, pues no. No puedo negar que una sonrisa se asomo a mi rostro (y que corrí a reservar una noche en el Melia),pero es igualmente cierto que una especie de agujero -y no era mi ulcera, que a esa la conozco- me rondaba por el estomago.
El primer día de la excursión tenían que llevar comida de casa y la preparé y metí en una mochila-nevera. Craso error si tenemos en cuenta lo que mi ángel hace con las mochilas. Y eso paso. Se dejó la comida en casa y cuando nos dimos cuenta a mitad de camino entre casa y el colegio, la madre que le parió tuvo que volver corriendo (siete menos cuarto de la mañana) a por ella -si volvía él, podía perder el autobús y la noche de hotel a tomar por saco-.
Llegue a pesar de todo a tiempo para despedirle y mientras mi ángel me hacia un gesto de "como te acerques a darme un beso delante de todos mis amigos - y amigas- te mato", yo notaba que alguna lagrimilla quería escaparse. A mi lado un montón de madres y padres que conocen a querubín desde su más tierna infancia y que acababan de verme corriendo a esas intempestivas horas por culpa de una mochila, pensaban: "mirala que contenta está que le caen lágrimas de felicidad". También se equivocaban, era el dichoso agujero ese del estomago -que por cierto se calmo un poco con el desayuno buffet-.
Pasaron los tres días y fui loca de alegría a por mi cielo. Allí estaba mi querubín, casi sin voz (si no pierde algo no está contento) y diciéndome según bajaba del autobús que se había gastado todo el dinero que le habíamos dado (si, el de los por si acaso también) y que la bazoka que había comprado para su hermano se la había confiscado una profesora por dispararla en el autobús.
El agujero en mi estomago, ese vacío que había tenido durante tres días enteros se llenó de golpe. Lo ocupó mi ulcera.
Llegamos a casa y comencé a buscar en google plazas en un internado suizo.
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