jueves, 2 de junio de 2011

EL PREMIO

Querubín ha quedado segundo en un certamen narrativo. Escribió un cuento a principios de curso y en el mes de mayo nos dijeron que había ganado un premio.
Según se lo dijeron saltaba de alegría y al parecer llegó al extremo de dar un abrazo y un beso a la profesora que le había ayudado –mi ángel cuando quiere es muy tierno-, pero pronto empezó a pensar en los aspectos prácticos. A él le parece muy bien lo del cuento, pero lo que más le motiva es ver su historia en la gran pantalla y  en cuanto le dijeron lo del premio visualizó perfectamente en su cabecita, la caratula del dvd. ¡Qué desilusión tuvo mi niño cuando le dijeron que la fundación que otorga los premios se queda con los derechos de la narración!. Querubín se veía hablando con Spielberg.
A la criaturita le han dado un cheque regalo y a los progenitores nos ha salido carísimo, tipo Master card:
-          Uniforme nuevo para la entrega de premios (que en mayo el uniforme ya está para el arrastre y no para una ceremonia) 70 €
-          Zapatillas blancas impecables (las de mi niño a estas alturas de curso ya no son blancas y además tienen la manía de hablar) 50€
-          Invitarle a comer ese día en un restaurante para celebrarlo (esto es por lo de la psicología y el fomento de la autoestima, que nos han dicho que caro, pero mu`bueno) 40€
-          Ver la cara de agobio, nervios, vergüenza y a la vez “no me puedo creer lo que me está pasando” de querubín al subir al escenario NO TIENE PRECIO.
Yo estuve dudando si ponerme mantilla (no me pareció correcto con lo nacionalistas que estamos ahora en el País Vasco) o tocado para el evento (pero como lo han puesto de moda en la boda de los príncipes ingleses y aún no nos han devuelto Gibraltar, no me dio la gana), por lo cual  opte por ir informal a la par que elegante con la melena al viento. En primera fila estuvimos los abuelos de la criatura, querubincito, la madrina de querubincito (que es una de esas tías pegadas de las que ya les hablaré en otro momento) y yo.
La madre de la criatura, o sea yo misma, es de mucho llorar. Me había puesto el rímel water proof, llevaba 18 paquetes de kleanex (por si tenía que compartir) y las gafas de sol por si aquello apuntaba a inundación, pero sorprendentemente… no me hizo falta. No lloré –casi-.
Las razones fueron varias. La primera fue que a mi niño le llamaron a recoger el premio el segundo y no me dio tiempo a concentrarme en la emoción del momento, la segunda que llevaba la cámara y tenía que inmortalizar el momento y la tercera que querubín recorrió el pasillo del Euskalduna batiendo marcas no superables en las olimpiadas.
Ahora  un sueño me persigue, me veo en Estocolmo aplaudiendo a querubín mientras este recibe el Nobel con un traje carísimo (que se habrá pagado él) e invitándome a comer para mejorar mi autoestima tras la ceremonia.

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