viernes, 3 de junio de 2011

LAS TIAS

Mi querubín tiene muchas tías, un montón de ellas. No sé si sabe exactamente cuántas. Están las tías legales y reales que son todas mis hermanas y la de mi media naranja, están todas las tías abuelas que ejercen de tías y las muchas amigas de su señora madre que son tías por vocación.
Unas le dejan besos de carmín en la mejilla, otras le dan la paga, alguna le da charlas sobre lo dura que es la adolescencia… tiene de todo.
Pero sería largo hablar de todas en una misma entrada, así que me voy a centrar en mi hermana mayor. Ejerce de tía abuela a todos los efectos: da la paga, está al tanto de los aconteceres de la vida de mi ángel –y de sus múltiples primos y prima-, actúa de sede social familiar… una abuelita cualquiera.
Tiene 12 años más que yo, lo que significa que cuando yo tenía 13 (como mi querubín actualmente), ella era una anciana de 25 con novio y trajes de chaqueta (en aquellos años del siglo pasado con 25 se llevaban trajes en lugar de pantalones cagaos). Esos 12 años que eran terriblemente grandes con el tiempo se han vuelto mucho más pequeños y ahora, digamos a mis 35 (tengo alguno más, pero no voy a confesar mi verdadera edad por varias razones: 1.- queda mucho mejor 35 que los que tengo.  2.- a esto se le llama licencia narrativa.  3.- una amiga mía –tía pegada de mi querubín- me mataría si digo mi edad.  4.- si digo mis años sabríais los de mi hermana y entonces igual me mataba ella) sus 47  no son tantos, verdad.
El problema es que como buena tía-abuela, no se creía nada de lo que yo escribo en este blog. “Exagerada”, me llamaba y yo aguantaba –que sufridita soy- a mi querubín (más o menos como a las almorranas, en silencio).
Pero el domingo esto cambió. Fuimos a comer a su casa y al llegar a la fruta la tía del querubín vio que las nectarinas estaban enmohecidas. Puso el grito en el cielo –culpó en un momentito a la frutería, a los productores (sin tener en cuenta lo mal que lo están pasando por culpa de los pepinos) y a su marido- y tras hacer una buena limpieza del frutero repartió lo que se salvaba.
A mi querubín le dio un albérchigo que al haber estado en contacto con las nectarinas tenía una pequeña mancha de moho. Él –que es un poquito escrupuloso-, lavó bien la fruta en el vaso de agua y se la comió –no con poco asco, pero se la comió-. Al cabo de un rato y según tomábamos el café con las galletas, mi ángel –que ya les he dicho en otra ocasión que es un genéticamente despistado- bebió un trago del agua en la que había lavado la fruta. A él le entraron ganas de vomitar al darse cuenta y a los demás nos entró la risa.
Dos minutos después a querubín le dolía la tripa. Su tía comenzó a creerse lo de la hipocondría. Comenzaron las bromas, “se te va a quedar el estomago con moho, todo blanco” y angelito se iba quedando blanco por momentos hasta que se fue de la mesa a pasar su dolor estomacal en el WC (que es donde se le curan a mi querubín casi todos los males).
Conclusiones:
1.- Realmente querubín es un sabio.
2.- Su tía ha pasado de decir “como puedes escribir eso del niño” a “¡no me lo puedo creer!”.
3.- A los padres del querubín casi se nos desencaja la mandíbula de la risa.
4.- Beber el agua donde se ha lavado la fruta no es grave.

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