viernes, 16 de noviembre de 2012

Amigo de Querubín

Esta vez la aventura no ha tenido como protagonista a Querubín, sino a uno de sus amigos. Tiene el susodicho un año menos que mi ángel, o sea, catorce añitos y un hermoso resfriado.
 
Su madre, amiga mía para más datos, decidió llevarle al médico no sin antes hacerle ponerse el termómetro. Según lo que entendió mi amiga a su cielito, no tenía fiebre y se dirigieron al centro de salud. Allí comenzó la odisea. Primeramente el muchacho no aparecía en las listas del ambulatorio y al final descubrieron que la criatura estaba inscrita, por error, en otra provincia (como os podréis dar cuanta, es un adolescente sano que no pisa habitualmente la consulta médica). Cuando ya subsanaron este error y les pasaron a la sala de espera de su pediatra, se enteraron de que esta no estaba y les recibió otra, que les dijo que realmente no tenían que estar allí, ya que el niño había cumplido ya los catorce y le corresponde médico de cabecera y no pediatra. A pesar de todo les atendió, auscultó a la criatura y le recetó un frenadol. Hasta aquí todo normal, diagnostico hecho y en menos de tres cuartos de hora de ambulatorio en la calle.
 
Mi amiga y su rey se dirigieron a la farmacia y mientras caminaban el adolescente iba recomponiendose la ropa que no se había recolocado tras ser auscultado y algo cayó al suelo. Los dos miraron hacia abajo y se encontraron con...el termómetro que el chiquillo se había puesto en casa hora y media antes.
 
Un ataque de risa y media hora después, mi amiga se dio cuenta que aún no sabía si su niño tenía fiebre, pero tenía muy, muy claro que sufría un ataque agudo de adolescencia.

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