jueves, 8 de noviembre de 2012

Pesado, pesado.

Ustedes ya saben que mi Querubín venía superdotado desde pequeñito, lo que igual no les he comentado aún, es que también venía pesado de serie.
 
Nunca ha sido una de esas criaturas discretas a las que un día el profesor o profesora de turno (hacia mitad de curso) descubre al fondo de la clase y se da cuenta de que no son parte de la decoración, no, a mi Querubín le conocían por nombre y apellido desde el mismísimo primer día de colegio.
 
Estando mi criaturita en primaria, tuve la pertinente reunión con su profesora y ella se quejó de que mi ángel no bajaba la mano en toda la clase. La levantaba, decía -y yo le creía, madrastrona que soy-, incluso antes de haber hecho ella pregunta alguna. Al llegar a casa, interrogué a mi niño sobre la cuestión y él, pesado pero austero en palabras, simplemente me contestó: "yo no tengo la culpa si me lo sé todo". Ante esta respuesta, decidí que los asuntos del aula mejor se quedaban en el aula y que quién era yo para coartar la libre expresión de mi chiquillo.
 
Sin embargo, quiso el destino poner las cosas en su sitio y la pesadez de mi niño en limites aceptables. Ocurrió así:
 
Querubín llevaba toda la tarde incordiando a una de sus compañeras de clase (tendrían los angelitos unos 9 años), llegó la clase de gimnasia y continuó haciéndolo (que si te tiro un balón, que si te empujo un poquito, que si me meto contigo...). Al final de la hora y mientras bajaban las escaleras mi niño siguió dando la petardada a la chiquilla en cuestión, sin valorar la raqueta que la susodicha llevaba en la mano.
 
Mi cielito aún conserva en la frente la cicatriz y supongo que la niña el orgullo de haber hecho callar a mi Querubín.

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